Hace algún tiempo, en alguna esquina de un lugar, de una ciudad, de un país, de un planeta, existía un restaurante. No diría que era de los más glamorosos o fabulosos de la ciudad; sin embargo, tenía algo bastante inusual que hacía que los comensales amaran ir a ese restaurante. En este restaurante, solo se podía entrar previa reserva y con mucho tiempo de anticipación. Sin embargo, aquí había una mesa y una silla siempre dispuestas para recibir a algún comensal especial; solo que un día, el comensal dejó de venir y la mesa y la silla se empolvaron.
Cuatro años pasaron, y el dueño pensó que el comensal había muerto. Algunas cosas habían acontecido en esos años, y el restaurante tuvo que pensar en renovar la esencia de su autoconcepto. Si bien es cierto que el restaurante era uno de los más queridos y atesorados en esa ciudad, el dueño vio que era tiempo de realizar algunos cambios; eso implicaba demoler el antiguo restaurante, pero no por completo, porque la esencia de la marca seguiría siendo la misma. La esencia de la magia del restaurante seguiría siendo la misma; solo era tiempo de renovar el concepto de la compañía, y eso venía de la mano de una reingeniería de procesos, diseño de interiores, logística, recursos, misión y visión.
El viejo local del restaurante fue demolido, pero el dueño pensó que era el momento preciso para tomarse unas vacaciones y así recorrer los diferentes restaurantes del mundo con la finalidad de probar distintas sazones y crear un nuevo concepto con una comida con esencia propia. Así fue que emprendió el proceso de pensar en el nuevo concepto de su restaurante, uno que reuniera personalidad, armonía de sabores, esencia, autenticidad y permanencia en el tiempo. El dueño, que se había cansado de la rutina, finalmente vio la oportunidad de empezar un proceso de investigación profundo que le parecía apasionante: conocer el mundo y sus sazones para llevarlos a un lugar auténtico.