Le petit mort

 


No soy muy partidaria de las guerras pero creo que el sexo es la primera guerra en la que vale la pena participar, me gusta la contracción de los cuerpos, me gusta esa contorsión que se genera entre dos mundos para conseguir el baluarte de la satisfacción, donde las municiones que se gastan son el sudor y los gemidos, es la primera guerra donde los contendientes entran al conflicto midiendo las caricias sobre su oponente, calculando el ritmo, donde los jadeos se convierten en gritos , es la primera guerra en la que el sudor se convierte en el preámbulo del placer. 

El sexo, hacer el amor o como quieras llamarle es la primera guerra en la que tienes ganas de participar y morir lentamente, en la que te entregas al enemigo cediendo tus armas en el conflicto, es donde sin lugar a dudas tu cuerpo y mente rozan el límite entre el mundo real y la muerte, donde te transportas a un espacio de placer sin ruido, sin tiempo, donde literalmente rozas el vacío de la plenitud absoluta, donde por un momento que es eterno el mundo deja de importar, donde es un placer perder el conflicto contra tu oponente mientras lo ves desfallecer sobre ti lánguido como un pescado, mientras sonríes porque  has descubierto tu verdadera vocación porque quieres que te envíen a más conflictos así, donde la adrenalina cede a la relajación, donde ambos contendientes se convierten en uno solo. 

Creo que muchas personas tienen miedo a morir, tienen miedo a la muerte misma, pero siento que hay muertes mi querido lector que son un placer en si mismas y que superan por mil al acto de comer y dormir rebasándolos de manera estratosférica, ¿será por eso que algunas personas se vuelven adictas a ese placer? Me pregunto porque las personas desdeñan tanto este placer de dioses, el placer de perderse en los gemidos gatunos de los dioses del olimpo que se desprenden de sus pieles en un ritual pagano de placer que rinde culto a sus bajos instintos. 


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