Papasito

 


No sé si fueron sus ojos, la forma en que su mirada irradiaba luz cuando me veía; no sé si era la sensación de su presencia en medio de las pesas. No diría que era un hombre de pelo en pecho musculoso y de un metro noventa; era más bien el tipo de esencia que viene en frasco pequeño. Tampoco sé si fue la triste historia que me contó sobre su vida amorosa mientras nos engullíamos un trozo de pizza, en medio de las luces de una cafetería vintage. No sé si mi corazón despertó cuando entendí el dolor de su pérdida y supe que él no volvería a amar como amó a esa mujer, porque yo tampoco volvería a amar como amé a ese hombre. No sé si fue porque yo entendiera el dolor de su duelo también. Me hubiera gustado decirle un par de cosas sobre los amores que se fueron; tal vez debí avisarle que por un tiempo la buscaría en otros rostros y en otros aromas, pero nunca sería ella, y cuando finalmente se diera cuenta empezaría a sanar, cuando finalmente se diera cuenta de que nunca volvería a amar igual. 

No sé si fue su amor por la música clásica o el eco aburrido de su afición por Les Luthiers y la forma apasionada como me hablaba de ellos; no sé si fue su gusto casi tragicómico por la salsa; no sé si fue el potencial que vi en él en medio de sus deudas emocionales y financieras; no sé si fue porque creí ver un corazón hermoso golpeado por la partida inesperada de un amor, o si simplemente fueron sus ojos dulces, los que me intrigaron, los que me apasionaron, los que despertaron al demonio sexual en mí y al ángel comprensivo de mi propia alma. No sé si fue mi sensible corazón. No lo sé.

En fin, mi querido lector, no sé qué rayos me pasó o qué copa de cáliz envenenado me tomé para ver en ese hombre a mi papasito; pero debo admitir que amaba la sensación de su presencia en medio de las pesas y los pesos pesados del gimnasio, hasta que finalmente supe que tenía que terminar de escribir un libro que traía pendiente. De algún modo, se convirtió en una especie de muso inspirador para terminar de escribir “Vete a la mierda” mientras lo veía cruzar la pista a través de los grandes ventanales del gimnasio. Pero como bien dice la canción, “Todo tiene su final…”, aunque "papasito" siempre le pertenecerá, incluso cuando todo en mi corazón haya terminado.

 


0 Comments