Sangriento

Ya no podía respirar, había corrido durante toda la madrugada, estaba cansada y con las plantas de los pies llenas de heridas, los labios los tenía agrietados y ya no tenía saliva para mojarlos, el sol caía directamente a mi rostro, mi ropa estaba hecha girones y me temblaban las rodillas.

En medio de la nada, alcancé a ver una pequeña casita y me limpié los ojos con las manos, mientras el sol reflejaba generando un espejismo, estaba realmente agotada. Caminé hasta casi arrastrarme, traía, la sangre seca en mi cuerpo y también en mi rostro, mis uñas estaban sucias y la sangre coagulada se había metido en ellas, cerré los ojos, me paré en medio de nada y los cerré muy fuerte, parpadeé para ver si la pequeña casa también era un espejismo y cuando los volví a abrir, allí estaba, era una cabaña en medio de la nada.

Sí ellos me encontraban yo estaba perdida, había corrido muchos kilómetros así que aun tendría tiempo de entrar a descansar. La puerta estaba cerrada, pero al patearla se abrió, todo olía a madera guardada, muebles viejos, retratos abandonados, parecía ser la cabaña de un cazador de venados, algo muy usual en el desierto de Sonora. Encontré una botella con agua y me la tomé, finalmente vi mis rodillas magulladas, mi espalda llena de brechas, mis hombros y mis piernas completamente marcadas por los cortes de las navajas, me cogí el abdomen, me levanté la blusa y sangraba profusamente, la bala había rozado, pero aun así, sangraba.

Cerré la puerta, cubrí la entrada de la cabaña con ramas secas, esparcí arena para cubrir mis pisadas, revisé uno a uno los objetos de la cabaña, me miré en el espejo y me recogí el cabello, me miré fijamente a los ojos, y recordé sus ojos, no eran parecidos a los míos, pero su mirada se había clavado tanto que ahora cuando me miraba, la veía, me aterrorizaba, esa mirada me perseguía, busqué a mi alrededor donde descansar y me tiré en la cama.

Cerré los ojos, lo vi una vez más frente a mí, allí estaba él, blandiendo el cuchillo con la mano cerca a mi garganta, en tanto me desvestía entre mis lágrimas y mis ruegos y daba rienda suelta a sus instintos. Mientras pasaba lentamente la hoja afilada por mi piel y me dejaba marcas sangrientas. Dejé de sentir, sólo cerré los ojos, sentí como el terminó y cogió el arma de la mesita, la apuntó contra mi y me disparó en el vientre, sentí el impacto y también vi la sangre brotar sobre la cama, lo vi caer sobre sus pies. Pensé que estaba muerta pero me di cuenta que aun podía moverme, era mi oportunidad, lo vi sobre sus pies, cogí el cuchillo que había dejado junto a mi sobre la cama, me abalancé sobre él como una leona y lo apuñalé dos, tres, cuatro, diez, doce, muchas veces mientras el se desangraba y se ahogaba en su propia sangre y lo seguí apuñalando con furia muchas veces más, me llené de placer, empecé a disfrutarlo, me nuble, perdí la cuenta de la masacre que estaba cometiendo, su sangre estaba en mi cara, en mi pecho en mis hombros, su sangre me había salpicado y aún así seguía apuñalándolo, en la cara, en el cuerpo, en los ojos, hasta que finalmente me quedé dormida del cansancio.

Sobre la cama de una cabaña abandonada en medio del Desierto de Sonora, también, me quedé dormida mientras lloraba. Cuando desperté ya era muy tarde la luz del patrullero entraba por la triste ventana, dos policías me estaban enmarrocando y leyendo mis derechos “Señorita, hay que tener mucho corazón frio para matar a su propio padre y luego salir huyendo” me dijo un policía, entre tanto yo le escupía en la cara y pensaba “Hay que tener mucho corazón frio para violar a tu hija durante veinte años y ser el pastor de una iglesia”.


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