Miro todas las fotografías de mi
vida hasta ahora y me detengo observando una en particular donde una pequeña bebé es sujetada por su madre a lado
de una torta de su primer año, esa bebé mira a la cámara con seriedad y no sonríe,
su mirada parece hasta cierto punto desafiante, dulce, melancólica pero
fuertemente desafiante como si estuviera lista para comerse el mundo, es
curioso ver a una pequeña bebé con esa mirada; es la primera vez que le presto
tanta atención a esa fotografía, ella no parpadea frente al flash solo lo
observa como si lo analizará y sus labios parecen querer esbozar una sonrisa
pero al mismo tiempo no.
Allí dentro de esa niña hay un espíritu
indómito, libre, salvaje, radiante y esa niña tan pequeña parece estar decidida
a entrar en este mundo con todo y volver locas algunas personas en el proceso.
Entonces, a la par que observo la
fotografía con tal meticulosidad me pregunto ¿Por qué hago las cosas que hago? ¿Por
qué haré las que están por venir? Y sé que las cosas que hago son sola y
exclusivamente para ella, que esa pequeña tiene un pacto conmigo y yo una
promesa con ella, cuidarla, amarla y respetarla hasta que la muerte nos separe
y lo curioso es que esa promesa es para siempre.
Soy la persona que mejor conoce,
su historia y sus motivos, soy la persona que entre todas las personas del
mundo está más cerca de conocerla y aun así tan lejos de saber realmente quien
es ella, salvo que tengo algunas certezas.
Entonces sé que finalmente la
persona a la que tengo que enorgullecer es a esa preciosa pequeña de ojos pardos
oscuros, que me mira desde la fotografía con total inocencia.
Tengo que abrazarla y unirme a
ella mientras le comunico con certeza que cumpliré para ella cada una de mis
promesas, mientras me encargo en el proceso de hacerla feliz sin importar el
camino o las decisiones que deba tomar, a esa pequeña le digo te amo con todas
mis fuerzas y yo siempre estaré aquí para ti.
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