¿Te gusta la lluvia? ¿No?. La mezcla del olor de la tierra,
del pavimento, de los jardines, de los árboles de la ciudad; la mezcla del olor
mojado de la vida citadina, te despierta una tarde de siesta con una lluvia que
saluda la estación y descubres la fortuna de poder respirar el olor a lluvia.
Y entonces sales a la calle y las personas te parecen gatos
mojados en medio de la lluvia; pero, aún así, la vida sigue. Me pregunto si
también cayó la lluvia en la azotea de esa casa en medio de algún lugar. Me
pregunto si pudiste percibir el olor a lluvia como lo hice yo. Me pregunto:
¿Cuántas personas nos tomamos un chocolate caliente en medio de la lluvia de la
ciudad? ¿Cuántos perros peluditos estuvieron abrigados en medio de una sala
mientras la lluvia caía? Estuvimos sintiendo y escuchando, desde nuestras guaridas, la magia de la
lluvia en el exterior.
Y entonces me doy el lujo de imaginar si, de casualidad, son
las lágrimas de felicidad que Dios está derramando, o si acaso el aguacero es
parte de la lluvia de mis propias lágrimas caídas cuatro años atrás. Entonces,
el olor a lluvia me vuelve a la realidad, y giro y giro en medio de la lluvia,
en medio de la ciudad, en medio del claxon de los automóviles, en medio de los
peatones, en medio de los árboles que me miran sigilosos y felices, en medio de mi propia vida que transita curiosa con el olor a lluvia.
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