La llave

Los días habían transcurrido grises y tristes, había perdido el apetito y las ganas de limpiar la que era nuestra casa, los trastes llevaban tiempo en el fregadero, decidí sobrevivir comiendo en recipientes descartables, no tenía ganas de comer, tampoco tenía ganas de bañarme o siquiera ver las noticias, me tiré en el sofá ataviado con la misma  pijama durante días, me serví un poco de sopa instantánea en un recipiente apenas limpio y empecé a comer cucharada a cucharada mientras ponía las noticias de fondo.

No pensaba y mucho menos escuchaba lo que estaba en la pantalla frente a mí, sin ella la casa se sentía solitaria, vacía sin sentido, no podría verla fastidiar al gato, que me miraba desde su rincón, ya no había nadie que me obligue a ver el canal de las novelas aburridas que al final debía confesar terminaban gustándome, no podríamos cubrirnos juntos con la frazada en el sillón y quedarnos finalmente dormidos. Seguía pensando mecánicamente mientras me llevaba la cuchara de manera automática a la boca con la sopa fría y sin sabor, unas lágrimas resbalaron por mis ojos, la extrañaba, extrañaba como me cubría con la manta, como podía recostarme en su regazó, sus manías y su lenguaje extraño, echaba de menos sus regaños, extrañaba su manera de hablar tan rápida que a veces me confundía, se me hizo un nudo en la garganta.

Miré las cajas apiladas en la puerta con sus cosas listas para ser donadas al ayuntamiento, miré también su colección de muñecas ornamentales, esa por la que tantas veces habíamos discutido, se me formó un nudo en la garganta, prefería pasar los días en el sillón antes que ir al lecho vacío. Verla consumirse lentamente en la palidez de la enfermedad fue desgarrador, finalmente ella no sufría más, se me formó otra vez un nudo en la garganta, y la cuchara se me cayó al suelo hasta terminar metida abajo del sillón, me levanté para poder buscarla, me arrodillé y busqué en la oscuridad, no alcanzaba a ver nada, metí la mano y solo encontré polvo, busqué la linterna del celular y empecé a iluminar. En el fondo en medio de la oscuridad alcancé a ver algo de color dorado, una especie de metal antiguo, estiré mi mano todo lo que pude y con la punta de mis dedos lo alcancé.

Era una llave, una llave antigua de esas llaves que solían tener las abuelas, me senté en el sofá y la miré, la limpié con la tela de mi pijama. Esa llave yo la había visto antes, inmediatamente recordé el cofre que ella tenía oculto en la parte de atrás de la alacena, ella pensó que yo nunca lo había visto pero estaba allí y sí, alguna vez intenté que me mostrara lo que había allí pero  se sonrojó y distrajo  mi interés  ofreciéndome galletas, me sentí un criminal, cogí la llave y me dirigí con decisión hacia el lugar donde sabía que lo guardaba, por alguna extraña razón mis manos temblaban , sentía que en cierto punto estaba traicionándola al abrir el contenido de su lugar privado.

Encontré el cofre y lo trasladé con cuidado sobre la mesa de la sala que daba a nuestro gran ventanal, introduje la llave en la pequeña cerradura y la giré. Al abrirlo, frente a mí, encontré un grupo de sobres apilados en orden y ordenados cronológicamente por fechas, los cogí entre mis manos y fui con ellos al sillón, uno a uno fui abriéndolos y descubriendo en ellos fotos mías con mamá, fotos de la abuela, fotos con mamá contenta abrazándome en el parque cuando era apenas un bebé, mechones míos de cabello que mamá guardó cuidadosamente envueltos, mis primeros zapatitos de bebe, y una carta, una carta muy extensa que decía “Lo siento”, la abrí estaba firmada por un hombre, la fecha de la carta era posterior a mi nacimiento, empezaba con frases cariñosas y se volvía cada vez mas gris, el hombre le recriminaba el haberse embarazado y usaba las frases mas hirientes posibles para acusarla de irresponsable y de ser la mujer menos idónea para ser la madre de un hijo suyo, el texto de la carta empezaba con dudas de paternidad y una despedida fría e hiriente. Terminé de leer la carta y no entendí, volví a leerla una vez más, un papel viejo y arrugado cayó por error al suelo, era una prueba de ADN, figuraba mi nombre y el nombre del mismo sujeto de la carta, noventa y nueve por ciento de compatibilidad, rompí en llanto, me quebré, entendí todo.

El sujeto de la carta, abandonó a mi madre, el desconocido de la carta era mi padre, ese hombre del cual muchas veces mamá me mostró insignia orgullosa, mientras crecía diciéndome que mi padre había muerto en combate y se había convertido en héroe póstumo de guerra, las lágrimas brotaron por mis ojos, mi madre nunca habló mal de ese desconocido y por amor a mí, había hecho de un cobarde escapista un héroe de guerra solo por mantenerme protegido.

En ese momento supe que amaba a mi madre mucho mas de lo que creía.

Fuente de la imagen: NataliaDrepina


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