La muñeca

Me la regalaron un once de junio, al contrario de cualquier niña, yo prefería jugar con carritos y asesinar hormigas atacando sus trincheras con agua, descuartizar insectos y hacer bucear patos, en realidad tenía más carritos y bolitas que muñecas, tal vez por eso mis padres preocupados, fueron en mi cumpleaños número seis a comprar la primera muñeca que encontraron. Recuerdo su envoltura brillante y el ruido de papel al romper el regalo, fue simplemente estupendo cuando vi por primera vez su cabello negro y sus ojos saltones con pestañas de ensueño y su trajecito de muñeca bebé. Decidí ponerle un nombre, se llamaría “Tomasa”, desde aquel día mi muñeca y yo nos volvimos inseparables.

“Tomasa” y yo mirábamos la televisión juntas, comíamos, ayudábamos a mamá y jugábamos a cocinar, leíamos juntas y escuchábamos música, ella entendía mi lenguaje y yo el de ella, era mi mejor amiga inseparable. Ella aprendió a jugar a las bolitas y le enseñé a competir conmigo en mis carreras de carros imaginarias, pasábamos horas mirando “Los caballeros del zodiaco”, un anime muy popular por aquella época. Dormíamos juntas y despertábamos juntas, nuestra relación empezó a tomar niveles más serios, creo que “Tomasa” me cogió tanto cariño que desarrolló una seria codependencia conmigo. Mis padres nuevamente empezaron a preocuparse de mi estrecha cercanía con la muñeca. Cierto día, dos años más tarde de iniciada nuestra amistad, en una tarde calurosa de verano, mis padres me enviaron a comprar helados a la tienda. Cuando estaba en la puerta por salir, vi a “Tomasa” sentada en el sillón, la vi mirarme, y dudé por un segundo en regresar por ella, hasta que finalmente abrí la puerta y me fui. Cuando regresé a casa relamiendo mi helado, miré en el sillón donde la había dejado y no estaba, supuse que mi madre la había cambiado de lugar, pregunté, busqué, seguí buscando por todos lados, busqué hasta el anochecer y a la mañana siguiente. “Tomasa” había desaparecido, simplemente no lograba encontrarla por ningún lugar.

Cierta tarde, cuando finalmente había perdido a esperanza de volver a encontrarla, estaba yo mirando televisión en la habitación de mis padres cuando escuché un pequeño ruido, como si se tratara de un ratón atrapado en el ropero, bajé el volumen del programa que veía, para poder escuchar mejor y el ruido se intensificó, como si un animalito rasgara pequeños papeles, me acerqué con sigilo, abrí el ropero y busque entre la ropa, allí estaba ella, mi “Tomasa” mirándome con sus enormes ojos muy molesta, me extendió la mano y el piso se abrió ante mis ojos, salió una enorme neblina alcanzando a cubrir la habitación completa, me invitó a seguirla.

Los años han pasado, la “Tomasa” sigue estando en la habitación de mis padres, ella siempre los observa, mi madre aún tiene mis fotos colgadas por toda la casa, ellos también me buscaron por todos lados, colocaron anuncios, preguntaron por mí con amigos, la policía inspeccionó toda la casa, cada rincón e incluso dentro del armario. Yo aún los puedo ver, es como si me hubiera detenido en el tiempo, juego por los pasadizos, sigo compitiendo con carritos, descuartizando insectos y ahogando hormigas, a veces llamo a mi madre en un susurro y ella voltea. Hoy, ha nacido un nuevo hermanito, creo que “Tomasa” y yo, no estaremos por más tiempo solas, cuando tenga la edad suficiente, lo invitaremos a jugar.

 Fuente de imagen: kaitlincooper

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