El perro negro


A veces escribimos para no olvidar, sobre todo yo. A continuación, te contaré una historia familiar que podría decir es hasta cierto punto real ya que me la contó mi madre y ahora te la cuento yo a ti.

Esto ocurrió hace muchos años en una ciudad de la sierra de Perú, cuando mi tío solía ir a jugar a las escondidas en las cercanías de un cerro aledaño a su casa junto a sus hermanas que no eran otra que mi madre y mi tía, lo que te voy a contar imagino que ocurrió un día soleado, o tal vez estaba nublado, quien sabe lluvioso dejo esa parte del contexto a la imaginación del lector. Estos tres niños de aproximadamente siete a diez años jugaban a corretearse cerca a las faldas del cerro cuando de pronto apareció de la nada un enorme perro negro que con su ladrido asustó al más pequeño de los tres, asustó a mi tío el menor de los hermanos de tan solo siete años y desde ese momento las cosas empezaron a cambiar.

Cuando llegaron a casa de mi abuela, los tres hermanos se sentaron a la mesa, pero mi tío se negó a comer y aquella reticencia a recibir alimentos fue acompañada de vómitos matutinos, dolores de cabeza hasta el punto tal que este niño debía quedarse en cama y faltar al colegio por la debilidad propia de un cuerpo golpeado por esos síntomas inusuales.

Los días pasaban y los síntomas empezaban a hacer estragos en el pequeño cuerpo del muchacho a tal punto que llegó a perder cerca de diez kilos en unas pocas semanas y su aspecto empezaba a ser cadavérico.

Mi abuela, preocupada por la situación, empezó a indagar entre sus hijas preguntando si habían pasado por algo inusual en aquellos días  hasta que descubrió el incidente del perro negro y luego de castigarlas por no haber contado nada de la situación, mi abuela tomo la decisión de llevar a su pequeño hijo a visitar  a la curandera de la región que mientras veía a mi pequeño tío le explicaba que lo que lo había asustado en las faldas del cerro estaba absorbiendo el anima de mi pobre tío y de no hacer nada en muy poco tiempo el moriría, -“el cerro se lo comerá”- , esas fueron las palabras finales de la curandera.

La curandera le dio instrucciones claras a mi abuela para evitar tan terrible final, ella debía ir a la media noche sola a las faldas del cerro durante tres días consecutivos y arrastrando un muñeco hecho de tela, debía ir dejando dulces en el camino haciendo un pago a la tierra para recuperar el anima de mi pequeño tío, mientras gritaba a grito limpio el nombre de este “Roger, ven sígueme” “No te quedes, ven sígueme”

En efecto mi abuela se alistó aquella primera noche y a la media noche caminó hacia las faldas del cerro, arrastrando al pequeño muñeco representación de mi tío y tirando dulces sin mirar atrás en medio de la oscuridad de la noche, iluminada apenas por una linterna antigua de mano, los hizo durante tres noches consecutivas sin mas compañía que su propia voz y el eco de la oscuridad.

Aunque no lo creas mi querido lector a la semana de la proeza de mi abuela en el cerro, mi tío empezó a recibir alimentos, dejó de vomitar y el hambre volvió a su cuerpo. A las dos semanas sus mejillas habían vuelto a ponerse sonrosadas y al mes había logrado recuperar gran parte de su peso. La curandera le dijo a mi abuela que de haber tardado un poco mas en llevarlo con ella con certeza mi tío habría muerto.

No se si lo que salvo a mi tío fue la creencia fuerte de una madre en que podría salvarlo, pero si se que en efecto hay eventos que se convierten en milagros inexplicables.

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