El ave

A veces revoloteaba en mi habitación, se había apropiado de mis dominios, curioseaba por todos lados y se lucia con su blancura. El ave, llego un día, un día cualquiera, un día de tantos cuando el cielo de Lima estaba nublado, escuché sus gritos desesperados y vi su silueta emplumada atravesar mi ventana, cayó ilesa sobre las frutas que había dejado al aire sobre la mesa de la cocina, mientras chillaba con furia. Recogí al pequeño ser emplumado entre mis manos mientras veía sus alas sangrar, y su sangre empezó a mancharme los dedos.  
  
El ave me había encontrado, limpie sus heridas como me hubiera gustado que limpien las mías y cobije sus chillidos en una manta. Los tres primeros días el ave calló, no emitió sonido alguno, ni gorgojeo, tampoco miraba nada a su alrededor, apenas comía o se movía, la di por muerta, pasaron tres días más y al sexto día resucitó, el ave empezó a mirar a su alrededor buscando comida, acerqué el recipiente de agua y bebió de el con fervor, cuando quise acariciar su plumaje tembló, desconfiaba de todo y de todos incluso de su salvador. 
Caminando sobre las teclas
 

Me senté a observarla en silencio, mientras poco a poco se reponía y
observaba a su alrededor. Acerque mi dedo con paciencia y le acaricie la cabeza, el ave inmediatamente voló, voló y se posó sobre la lámpara larga del escritorio en mi mesa y me miró con actitud desafiante. Entendí su decisión, cada vez que intentaba cogerla ella emitía un gruñido como advertencia. Abrí la ventana de mi habitación y la deje abierta por días, ella no se movió , me siguió mirando desde la lámpara y no se movió, cuando debía comer lo hacía a escondidas asegurándose que yo no la viera y con orgullo volvía a la que ahora era su lámpara, sin duda era un ave orgullosa pero por alguna extraña razón no se iba de mi habitación, aprendimos a convivir, ella en la lámpara y yo mientras tanto escribiendo mis libros, cada cierto tiempo el ser emplumado me miraba de reojo como queriendo entender de dónde provenía el tin tan de las teclas que se movían cada vez que me inspiraba en una creación, otras veces volaba a la pantalla del computador y me miraba mientras yo escribía o se acicalaba sin compasión dejando caer sus plumas blancas en el protector, cuando dejaba de prestarle atención era más atrevida y volaba sobre el teclado caminando sobre las teclas con indiferencia , mientras yo la dejaba ser. 

Los días pasaron y un día cualquiera mientras terminaba una de mis novelas, el ave cantó, la miré extasiado, su canto era lo más cercano al gorjeo celestial de un ave divina, y luego de eso no paro de cantar, cantaba mientras escribía, mientras hablaba al teléfono, cantaba antes de dormirme y al despertar y me miraba cuando quería tomar la siesta y como niña traviesa se ponía a cantar. 

Sus ojos grandes saltones y negros me miraban siempre curiosos, imaginé que su tiempo había llegado, tal vez estaba lista para volar, volví a abrir la ventana, pero el ave no se inmuto, abrió el pico y siguió cantando.

Había días en que el calor era insoportable, entonces me sumía en el sopor de una siesta caliente y ella parecía comprender que la necesitaba porque se acurrucaba en su lámpara-árbol y dormitaba a mi lado. También, había días en que emociones oscuras me embargaban el alma, nostalgia, llanto, tristeza entonces ella empezaba a cantar, al principio pensaba que cantaba burlándose de mi dolor, pero luego supe que ella no se burlaba, había conectado tanto que mi dolor le dolía y mi alegría la celebraba. 

Otros días, el ave amanecía inesperadamente alegre, empezaba a volar de la lámpara a mi cama, luego al ropero, la mesa, la cómoda, o solo volaba en el aire y estiraba sus alas, esos días se paseaba más descarada que nunca  sobre mis libros y se robaba la comida de mi pequeño plato, esos días, picoteaba las uvas frescas sobre mi mesa y se lucia como una reina, he vuelto a dejar la ventana abierta unas cuantas veces más por curiosidad, incluso una tarde de ocaso limeño, deje que el ave,  se pose en mi mano y la acerque a su salida a la libertad, pero en lugar de volar se quedó conmigo inmersa en la contemplación de la puesta. 
Mi visitante pasajero, ahora, se ha convertido en un inquilino eterno que no paga renta y se apropia de mi mundo de escritos, pero de algún modo este sinvergüenza ser emplumado no solo se ha robado mi espacio, también se ha robado mi corazón💗.

0 Comments