La casa

 

"Hay lugares que solo cambian cuando cambia tu manera de observarlos."

Crecí en un pueblo a las faldas de un cerro, el nombre del pueblo lo mantendré en reserva, crecí en una casa considerada por gran parte de las personas que la visitaban como lúgubre y tenebrosa; allí crecí y pasé buena parte de mi adolescencia, supongo que allí fue que perdí el miedo a los fantasmas, aprendiendo a convivir con espíritus desde mis primeros años de vida. Recuerdo que muchas veces cuando mis abuelos y yo dormíamos en nuestras habitaciones de pronto podíamos escuchar como las vajillas se movían en la cocina y era como si en plena media noche los fantasmas que habitaban la casa de pronto decidieran que querían preparar un festín, platos que se escuchaban rozar unos con otros, el cajón de los tenedores que se abría y cerraba con parsimonia e incluso unas veces logramos escuchar como el grifo del lavatorio se abría para dejar correr el agua, crecí con ese tipo de estímulos a mi alrededor.

A los fantasmas de aquella casa también les gustaba ocupar el inodoro en las madrugadas y se les escuchaba claramente descargar la bomba de agua. Un fenómeno curioso ocurría con los animales que mi abuela criaba en el patio, de pronto se volvían locos y las palomas empezaban a aletear a la medianoche peleando contra un enemigo invisible que aparentemente solo ellas lograban ver; las veces que me había quedado sola en casa había logrado escuchar claramente como llamaban por mi nombre y pasos perderse en el pasadizo que llevaba a las habitaciones. Cuando eres un niño eres testigo de fenómenos y no eres consciente que estas siendo testigo de ellos como la vez que creí ver una proyección fantasmagórica del abuelo caminar en pleno pasadizo cuando en realidad mi verdadero abuelo estaba en otro espacio de la casa, sabía que algo claramente extraño acontecía en esa propiedad. Mi abuela alguna vez nos contó como vio, uno de sus jarrones favoritos elevarse por los aires y estrellarse así mismo contra el piso de loseta de la casa mientras ella tiraba uno de sus zapatos contra el supuesto fantasma que había tenido la osadía de romper su florero.

Sombras que paseaban, proyecciones del abuelo que intentaban suplantarlo ante mis ojos, canicas que rodaban por el segundo piso no habitado de mi casa de la infancia de tres pisos, de algún modo al escribir este relato siento como si lograra exorcizarme de los recuerdos de aquella casa, que me persiguió en sueños que sabían a pesadilla incluso cuando logré alejarme de allí, lo cual, ciertamente resulta gracioso porque justo ahora solo puedo recordar a esa casa con amor.




Yo por mi parte, aprendí a convivir con esos seres nocturnos, aprendí a darme cuenta en el proceso que los miedos de los humanos eran mas fuertes que la realidad y fue allí creo yo que empezó a despertarse el don de la escritura en mi .En las tardes soleadas cuando el sol entraba por todas las ventanas de la casa, cuando los animales comían pacíficamente en el patio, cuando me tiraba en pleno patio a tomar baños de sol leyendo un libro, cuando los maracuyá de la abuela reptaban por las paredes de adobe de nuestro patio, cuando las campanillas moradas que ella amaba florecían en primavera en medio de los geranios blancos, creo que allí entre tantas horas de soledad aprendí sobre la contemplación del mundo y el bichito del deseo de escribir empezó a gestarse en mí .Recuerdo un hecho en particular , un recuerdo que viene a mí con cierto grado de alegría y hasta como una lección, recuerdo que en el año del fenómeno del niño las lluvias eran tan fuertes que nuestro patio se inundó, me recuerdo  viendo a los patos en pleno fenómeno de lluvias siendo felices en nuestro patio hecho una piscina de lodo, paseando de un lado a otro, imaginando que se trataba de un gran lago mientras mi madre y mis abuelos se arremangaban el pantalón para sacar enormes baldes de agua y evitar que la casa quede inundada, creo que durante el fenómeno del niño algunos cuantos fantasmas se mudaron de esa casa temiendo una inundación , pero no fue así, mi familia, mi pequeña familia sobrevivió para demostrar que el temor de que en algún momento las lluvias fueran tan fuertes que el cerro terminase por hundir al pequeño pueblo no ocurriría. . La casa de mi infancia aún sigue allí, llena de los recuerdos de las reuniones familiares con la abuela y todos sus hijos y los suculentos almuerzos preparados para la gran familia, la casa sigue allí y ¿sus fantasmas? ¿Quién sabe? Pero incluso ellos fueron testigos mudos de la historia de una familia, de mis tardes de sol y mis sonrisas.



" Y hay lugares que siempre se llevan en el corazón"




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